domingo, 11 de marzo de 2012

Una Ciudad Para Visitar.

Al recorrer otros senderos me encontré con un paisaje nuevo, con la historia de un pueblo que rinde culto a su pasado y lo conjuga de manera maravillosa e impetuosa con el presente moderno.

Después de visitar tierras peruanas me es imposible enmarcar esta experiencia en palabras, capturar algunos momentos en letras y develar de manera escrita lo que pienso sobre una ciudad iluminada por los vestigios de sus raíces indígenas, los rasgos históricos de la época pre-colonial, las luces neón de la tecnología y el comercio de la actualidad. Así es Lima, la capital peruana. En ella, el paisaje desértico contrasta con hermosos parques donde se evidencia el cuidado por un verde que no encuentras al elevar tu mirada hacia sus cerros y que en nuestras tierras debido a que es cotidiano en ocasiones no valorarmos o ignoramos.

Deleité mi paladar con su exquisita gastronomía, percibí esa brisa deliciosa que marcaba el inicio de una nueva estación, observé amaneceres llenos de neblina y pude ver como el día se descubría mientras me trasmitía la sensación de una lluvia que nunca apareció. Observé las huellas que deja la educación al contrastar el nivel de vida de los limeños, algunos muy cultos y refinados en su expresión corporal y su hablar, otros procedentes de la sierra que aún visten con atuendos propios de su región y que al parecer sienten temor de caminar en esa ciudad adornada con monumentos propios de la fe cristiana, grandes catedrales, huacas, claustros religiosos y enormes vallas publicitarias que acompañaron mi andar. 

Reí al abordar el trasporte público al escuchar las frases que hacen parte del lenguaje coloquial , senti las frías aguas del mar, la espesura de su arena desértica y el calor de personas que como buenos latinos dan lo mejor de sí y muestran con orgullo el amor que sienten hacia su hermoso país. Lima, una bella ciudad que cuenta la historia de un país sin palabras, que cuida y rinde tributo a la naturaleza, a la arquitectura y a su legado Inca.

Más Que Caminar

Ahí estaba, como todos los días, en ese punto de encuentro donde la vida se teje en el ir y venir de pasos casados o quizás presurosos de quienes a pesar de sus diferencias llevan grabados en sí mismos un propósito determinado. Algunos bañados de prisa, otros vestidos con una profunda calma, pero todos rodeados de miradas que despiertan como la mía en medio de un rayo de sol que lucha para abrirse camino entre la niebla de la mañana.

Mientras percibo como ya es costumbre el aumento de mi respiración al subir cada escalón, veo como en éste lugar el amanecer se torna de varios colores y se dibuja en los semblantes de aquellos que se topan con mi figura, transformándose en el gesto que palidece o en la sonrisa que con temor ante un nuevo día florece. Así caminan, sobre esa plataforma que oculta su cara bajo las huellas de miles que dirigen sus cuerpos a la derecha o al izquierda presos como yo de sus pensamientos, con rostros altivos colmados de superioridad, otros viejos gastados por el paso de la edad, ávidos e impetuosos mimetizados por la confianza que proviene del triunfo o el sabor a felicidad. Agobiados, con una veta de tristeza en sus ojos o sumisos, aferrados a una mano que dirige su caminar. De esta manera, nuestras espaldas se enfrentan una vez más y cada uno se da de cara con lo que para él será su realidad.

Desciendo con más afán, mientras vislumbro la estación a la cual llegar, saboreando peldaño tras peldaño el sabor de la puntualidad y noto como ésta sensación se contrasta con la de aquellos que apenas inician su caminar. No sé quiénes son o si se percatan que mi mirada acompaña su andar, ignoro también de dónde provendrán, solo sé que coincidimos en este lugar donde la existencia se nos muestra en un nuevo despertar.