¿Cuándo empezó todo esto? Fue la pregunta que me hice hace algunos días mientras observaba uno que otro libro que me acompaña desde mi época de estudiante universitario y los cuales han sobrevivido a todos los inventarios de mitad y final de año, tiempo en el que me deshago por tradición de todo aquello que ya no me es de utilidad.
Esa noche empecé a buscar entre mis recuerdos y me encontré con un grupo de personas que se encargaron de formarme desde muy niña para ser lo que soy “Una Maestra”. La primera de ellas, alguien a quien siempre admiré por su hermosa caligrafía, su estilo “Palmer” al escribir, quien me enseñó la importancia del buen lenguaje, del uso de nuevas palabras, la adecuada pronunciación y los beneficios de la lectura y del diccionario. Al pensar en esos años, puedo verla narrándome historias, transmitiéndonos a mis hermanas y a mí ese amor que sentía por sus raíces, por ese pueblo que hasta el final de sus días amó y extrañó. Ella, rompía la distancia haciendo uso de telegramas, donde a través de frases cortas y sencillas nos deseaba lo mejor. Mayo, mi abuela y primera maestra quien me heredó desde pequeña sin que lo advirtiera su pasión por las letras. No fue necesario para mí tenerla en un aula ya que aprovechaba cualquier situación para enseñarme por medio de ejemplos sencillos y cotidianos.
Pero alguien más llegó para dejar su huella en mi camino y fue el profesor de segundo de primaria, llamado Freddy a quien recuerdo con un pantalón café, y una camisa a cuadros. De él me impactó su simpatía, la sonrisa con la que nos recibía y las historias que nos leía en voz alta. Qué maravilloso era verlo con el libro en la mano caminando por el salón o corrigiendo nuestros dictados y haciéndonos concursos de ortografía. De él, rescato lo ameno que puede ser un gran maestro sin llenar de terror.
Pasa el tiempo y me encuentro con la academia y la memorización, rodeada de hombres en el taller de mecánica industrial, y en medio de todo esto él, mi querido profesor Meza el encargado de enseñarme la importancia del deporte, la disciplina y dedicación en el logro de los objetivos. Llegaba cada tarde en su bicicleta para ayudarnos a combatir con unos monstruos llamados “Romi” unos tornos que mantenía como nuevos y que mis compañeros y yo de su mano aprendimos a manejar.
Pasa el tiempo y me encuentro con la academia y la memorización, rodeada de hombres en el taller de mecánica industrial, y en medio de todo esto él, mi querido profesor Meza el encargado de enseñarme la importancia del deporte, la disciplina y dedicación en el logro de los objetivos. Llegaba cada tarde en su bicicleta para ayudarnos a combatir con unos monstruos llamados “Romi” unos tornos que mantenía como nuevos y que mis compañeros y yo de su mano aprendimos a manejar.
Y, esos lentes que estoy viendo en estos momentos sólo pueden pertenecer a ella...Patricia, Masbel y Diannys también los recordarán; son de la profesora Elena Meza, la conocí por cosas de la vida en el Sofía Camargo y por uno que otro profesor del ITIDA que para este relato no clasificó. Ella “Elena la grande” con sus labios maquillados de rojo y su imponencia y seriedad al caminar. Muy pocas sonrisas adornaban su rostro, pero la caracterizaba su amor hacia la literatura. Si me la encontrara hoy le agradecería por exigirme exponer sin fichas o ayudas en la mano, por enseñarme a ordenar mis ideas, por ser la profesora sólo de literatura, por motivarme a expresar en público, por todos los ensayos, resúmenes y obras que nos hacía escribir. Con los años he aprendido que esa ha sido mi clave y que su instrucción fue fundamental para ayudarme a desarrollar habilidades que creía no tener.
Continúo rebuscando en mis sentidos y me tropiezo con alguien que cuando tenía nueve años me llamó su amiga y a los diecisiete junto a su auto color plateado me regaló uno de los consejos que ha guiado mi vida. “En las difíciles pruebas, puedes tomar dos caminos: te dejas llevar por la tristeza y sucumbes frente al dolor, o triunfas y te elevas a pesar de la aflicción…Yo sé que tú eres de esas personas que triunfarán en la vida Judith” Mi recordado Dr. Leonidas Oyaga y médico familiar a quien conocí muy niña gracias a mi tía Hono, pienso en él y recuerdo el olor a almuerzo recién preparado de la clínica la Asunción. En cada cita tenía una frase, un obsequio de esos que le dejaban los visitadores médicos y que pasaban a ser de mi propiedad. Con su vestimenta impecable, sus manos pulcras y amor por la medicina mucho me transmitió.
Partiendo de lo anterior, puedo decir que mi vida ha estado llena de maestros, aunque el mejor de todos lo tuve en casa, si, allí vive mi mayor “Mentor”, él, mi padre, quien llegaba al hogar con sus ojos llenos de lagrimas y nos contaba que uno de sus alumnos tenía los zapatos rotos y al pasar los días lo escuchaba decir que lo había invitado a hacer uno que otro trabajo con él en su taller o a almorzar con nosotros. En repetidas ocasiones lo vi aconsejar a jóvenes que tenían dificultades en sus hogares y que corrían el riesgo de perderse en medio de ellas. Hoy en día son grandes profesionales y creo que fue por la figura de mi papá en sus vidas como “maestro pastor” ya que siempre estuvo allí, dándoles más que una clase. Él me enseñó que no puedo estar por debajo de lo que requiere mi vocación. En la actualidad conversamos y aunque un sin número de generaciones han pasado por sus manos aún mantiene fervor por su profesión.
Pero no todo termina en este momento porque llega la universidad, la indecisión al elegir la profesión, iniciar estudios de Ingeniería y después de tres semestres darme cuenta que por los Sistemas, Hardware y Software no sentía pasión. Identificar mi vocación y elegir vivirla como la he vivido hasta hoy. Que día al conversar con una amiga le decía que me siento en deuda con unas personas que me dieron a conocer lo que significa tener ética profesional y es lo que me producen mis admiradas maestras de pre-grado la primera de ellas me contagió de su amor por los cuentos, a ella le debo todo el dinero que he ganado en estos 12 años, sembró en mí el deseo por hacerme especial en un aspecto de mi profesión, con ella aprendí a tener una sonrisa, a que no me diera miedo cantarle a mis estudiantes, jugar con ellos, estar en el piso y sentir la magia y la energía que puedo compartirles a través de mi voz. Lina Brugés con /g/ no con /j/ Gracias, porque a través de ti los cuentos llegaron a mí. El día de la inauguración de mi centro de lectura tú serás la invitada de honor. Liliana Castro y Judith Peña ambas grandes y maravillosas cada una en su hacer, yo seré como ustedes en las aulas de educación superior. Fueron quienes me invitaron a investigar, a sentir el disfrute de los textos académicos, del análisis y la redacción. Ustedes fueron mis mentoras cuando apenas empezaba a conocer los vestigios de este mundo que me inventé.
Sumado a todos ellos, un maestro que conocí en el 2007 y desde entonces a través de la palabra y la pasión que demuestra por la educación es un gran ejemplo a seguir Fernando Vásquez Rodríguez, con su didáctica de la literatura me enamoró en ese taller que dictó en cuatro sesiones en Comfamiliar de la 44 en Barranquilla. Aunque no me conoce, fue el encargado de ampliar mi visión, me contagió de gusto e interés por la lectura y la escritura. Hoy por hoy leo su blog y me invita por medio de sus escritos a transmitir y contagiar de la buena educación. Junto a él mis dos admirados maestros de la especialización Gilberto Rodríguez, el de la mirada dulce y sonrisa de niño, el que lee en voz alta y nos lleva a conocer otros mundos, el que me dijo que escriba y yo le respondí que cuando lo aprendiera a hacer. El profe Gilberto, él me enseñó a capturar momentos y a leer la vida. Por último mi gran modelo, desde que la vida me regaló la bendición de conocerla, pienso en ella y quiero emularla cuando sea grande. La maestra que desborda pasión, ética, amor, convicción y deleite por el arte de enseñar. Ella es una de mis artistas favoritas la profesora Gloria Rondón, quien se ha convertido en una de mis mentoras gracias a su práctica en el aula, su ejemplo me ha permitido planear la ruta que seguiré de aquí en adelante, ella me reconfiguró la didáctica.
Por último el gran Mentor de todos mi amado Dios, el que guía mis días y me hizo así como soy. Él me reveló una mañana estando con mi mami aquí en Bogotá que podía ser maestra, él me tomó de su mano y me dijo “Éste es el camino”. Todos ellos me llevan a sentir un profundo agradecimiento por la huella que han dejado en mí. Hoy los encontré mientras tenía un buen número de tareas por realizar y no me lograba concentrar porque como Jechu éste dinosaurio estaba dando vueltas en mi cabeza, fue especial hacer un alto en mi rutina y darme el gusto de dejarme llevar por la magia de la escritura. Esa misma que une el pasado y el presente y aunque no hallé respuesta a mi pregunta si sé que todo esto pudo haber empezado al conocer personas que hoy llamo “Mentores” y que como yo sienten pasión por las aulas y la educación.
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