En medio de la madrugada percibo un ruido, al escucharlo lo identifico, son gotas de agua que caen densamente sobre las tejas de mis vecinos, me absorben las ganas de regresar a ese sueño profundo plácido y acogedor, pero llega a mi mente un pensamiento que me arrastra de aquel estado de somnolencia ¡Está lloviendo!, miro a través de la ventana y contemplo las faldas de los cerros y aquel pensamiento inicial se torna en un cuestionamiento perturbador ¿Será que también llueve en Cajicá?
Según las predicciones del tiempo este será un día lluvioso, generalmente no creo en ellas ya que el clima de la sabana es para mí impredecible y cada vez más incierto. Al dirigirme al paradero detengo mi mirada en aquella maestra con la que diariamente me cruzo al llegar al puente, luciéndo su falda con particular estilo inglés y pienso "que desdicha usar ese uniforme en este día tan frío", pero bueno, llega la ruta y voy en medio de la autopista que no tiene semáforos rumbo a mi sitio de trabajo.
Al llegar al colegio, despierto de ese sueño liviano cuando escucho “llegamos de décimos”, comentario diario de los trillizos que rompe el silencio de la ruta, al despertar observo a través de la ventana que efectivamente llueve en Cajicá, municipio de la sabana al cual la lluvia le pertenece.
Me dispongo a disfrutar de un tiempo de trabajo personal cuando me dicen que la Miss de ciencias llegará al finalizar la primera hora ya que su ruta se encuentra en un gran trancón, en términos generales la única hora libre del día se convirtió en ese remplazo al que todo maestro le teme.
Los niños llevaban botas para ir a la huerta pero mis conocimientos agrícolas son muy escasos, así que optamos por permanecer en el salón y observar el video de la fábula “la cigarra y la hormiga”, la cual escribió Samaniego cuando el clima no era tan variable como ahora, en estos momentos no se sabe en qué meses del año es verano o invierno. Si la cigarra hubiese vivido en Cajicá habría contado con pocos días de esparcimiento y pasado largos días de hambre. Diferentes apelativos le dieron los chicos de primer grado del Colegio mayor de los Andes a la cigarra, por otra parte, la hormiga salió triunfante y victoriosa al finalizar la conversación y también la hora de clase.
Como en todo día lluvioso los niños deben tomar su descanso en el salón de clases, lo cual resulta si no se está preparado en el más grande de los caos. Muchos de ellos no sabían a qué jugar, recordé que para mí no había nada más divertido que jugar en grupo. Lamentablemente ese juego grupal se está perdiendo en medio de la abrumadora y en ocasiones solitaria tecnología, al observarlos pensaba cómo distraerlos en esos 30 minutos de descanso donde además de la lluvia tienes a 30 niños que no saben qué hacer.
Fue entonces cuando saqué de mi caja de sorpresas algunos lápices, varias hojas, un parqués y plastilina. Les dije voy a compartir tres juegos que usaba con mis amigos cuando llovía y no podíamos salir al parque. Ellos son: El triqui, el stop y por último aquel en el que se hacen múltiples punticos y se deben armar cuadritos, nunca supe cómo se llamaba, así que ustedes le pondrán un nombre. Como era de esperar a algunos no les llamó la atención ninguno de mis tres juegos de antaño, así que cerca de mi escritorio pude ver a Sarah haciendo toda una obra de arte en plastilina, resalté frente al grupo su hermoso trabajo y cuando volví la mirada a ella, tenía a varios de sus compañeros enseñándoles cómo elaborar su maravillosa obra de arte.
Vale la pena resaltar, que desde mis experiencias motrices jamás he hecho un modelado en plastilina medianamente parecido al de ella y mucho menos con tanta destreza. En este día Sarah brilló cual sol barranquillero en nuestro salón como una gran maestra.
No faltó quién como yo no se quejara de la lluvia, pero la mayoría de nosotros gozó de una divertida mañana y aunque durante todo el día no salió el sol, logramos divertirnos volviendo al juego grupal en nuestro salón.
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