Hace unos días mientras hacía
maletas para regresar a Bogotá después
de unas merecidas vacaciones en mi querida Barranquilla, encontré una caja de
cartón decorativa que había llevado con
algunos objetos para el viaje, la cual me pareció muy linda y no quise tirar
a la basura. Así que, llamé a una de mis sobrinas y se la entregué, al tomarla en sus manos, la observó, luego me
regaló uno de esos abrazos que expresan más que sus palabras y me dijo “Gracias
Tía”. Su actitud de agradecimiento hacía mí y el aprecio que le otorgó al obsequio que para otra persona podría ser de muy poca valía,
me llevó a meditar en torno a esa palabra que pienso lleva inmersa en sí misma
un poder especial y es “Gracias”.
Quienes se han dedicado a
estudiar sobre la gratitud la llamaron “La
ley de la cosecha” y es que cuando somos verdaderamente agradecidos, es como si
sembráramos una semilla que no sabemos cómo ni cuándo germinará. Al inventariar
mi vida un día advertí que aquellas bendiciones por las que más agradezco
nunca me han faltado y por el contrario cuando
me preocupo, afano, pido demasiado, quejo o dejo que la desesperanza se
apoderé de mí por aquello que deseo y no tengo lo único que logro es atribularme.
Hace algunos años viví una experiencia
que tiene mucho que ver con el agradecimiento y sus consecuencias. Fue una
época muy difícil en su momento y aunque tenía mucho por lo que agradecerle a
la vida, no lo hacía y centré mi pensamiento, esfuerzos y emociones en todo lo
que no había llegado y quería. Pasé meses pensando en el futuro y mirándolo de
la manera más trágica que alguien tan dramático como yo puede hacerlo. La
consecuencia fue una enorme amargura interior, puedo decir que no disfrutaba de
nada, ni de mi familia, trabajo, amigos o sencillamente de las bondades que
cada día me regalaba. Una noche conversando con un amigo en la terraza de mi
casa, me dijo que en la universidad le
habían pedido que leyera un libro llamado “El presente” yo lo desconocía, él me
lo trajo y tardé muy poco en terminar de leerlo, pero menos en reconocer que mi actitud me estaba
haciendo daño. Así que establecí aspectos por mejorar y uno de ellos fue agradecer
frecuentemente por detalles pequeños y
sencillos de los que podía disfrutar como: percibir la brisa al caminar por la calle,
escuchar, llegar a casa y encontrar a mi familia, tener un lugar en el cual
trabajar, ser el medio para enseñar a los niños, sentir el agua en mi cuerpo,
disfrutar de los sabores, contar con alimento diario, tener la lluvia, los
rayos del sol, la compañía de mis hermanas, un lugar para dormir, etc. Nada de esto
se lo pedía a Dios y todos los días lo tenía, así que el agradecer por ello
trajo consigo no sólo la paz si no la
confianza que necesitaba para asumir mi presente como un regalo y llenar
mi vida de esperanza en lugar de
desesperación.
En esta tierra hay de todo y para
todos, si nos detenemos a mirar todo alcanza, desde el cielo que nos cubre, los
árboles que brindan sombra, las flores que crecen sin que se lo pidamos… en fin…
“Hay de todo y para todos” cuando pensamos de esta manera dejamos de darle cabida
al egoísmo y en su lugar la gratitud
florece al contemplarla en todas
las bendiciones con las que contamos sean
grandes o tan pequeñas como una caja
decorativa de cartón, porque de ellas nos servimos diariamente.
Que conservemos en el transcurso de éste nuevo
año esos sentimientos que trae la navidad y que nos conducen a dar de diferentes formas de acuerdo a nuestras
creencias a los seres que nos rodean, que contemos con la actitud de recibir
para ponernos en la frecuencia de nuestros deseos, porque todo lo que deseamos
puede llegar, que regalemos desde nuestro pensamiento bendiciones a quienes nos
rodean los conozcamos o no y que sigamos
tomando de la mano a la gratitud para que con su maravilloso poder siga manifestándose
en nuestro camino .
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