Existen días que pasan en nuestra vida y otros que simplemente por nuestra vida vemos pasar. Pero, más allá del actuar y de las escenas que cada uno representa se encuentra la incertidumbre, el temor a lo real, el miedo que aflora cuando te sientes perdido en el ir y venir de las horas, en una ciudad que demanda tiempo, en el estilo de vida que cada uno forja, en la rutina que consume o en el ego que te atrapa sin piedad.
Te sorprendes, cuando en medio de la angustia encuentras, que debes volver tu mirada a esos detalles simples de la existencia que has dejado atrás y que benévolamente sus rostros frente a ti muestran. Hallar gozo en lo simple, cuando tu mente se atribula de tanto pensar, alejarte de los afanes, de la prisa y maravillarte con la sencillez de un instante como quien deja que un chocolate en su paladar poco a poco se disuelva, sin premura o ansiedad. Volverte aliado del hoy, del silencio y de la magia que puedes sentir al advertir la compañía de otros que al igual que tú, viven o luchan por vivir.
Consumismo abrumador, superstición por la tecnología, competencia solitaria, conductas disruptivas y familia disfuncional son algunos de los términos que diariamente hacen eco en nuestra sociedad. Una sociedad que no tiene más protagonistas que nosotros, esos seres que poco a poco se alejan de su esencia real. Condición que percibí después de caminar sintiendo el pasto bajo mis pies o mientras mi mundo giraba con la fuerza de unas pequeñas manos que impulsados por la risa en una rueda de colores me hacían rotar. Volver a lo simple, es dejar de quejarse del frío viento, cerrar tus ojos una tarde soleada y tener la experiencia de sentirlo bailar en tu rostro, moverse de un lado a otro hasta impregnarte de su aliento, tomar un poco de él y ser consciente de su danza dentro de tu cuerpo.
Allegarse a lo básico, es tener menos aparatos electrónicos y conectarte con las risas, con el poder de unos frágiles brazos que diariamente te regalan cien abrazos, con la calidez de una mirada y la fuerza de un sentimiento que te cobija en la distancia. Es saber que no estabas equivocada cuando de pequeña le dibujabas rayos al sol porque un día al regresar de tu trabajo los puedes ver, abriéndose camino entre las espesas nubes y posándose sobre el verde de las montañas que con esplendor te recuerdan que sin llegar a lo más alto de su cúspide están allí para regalarte de su paz, aunque tengas de la mano al dolor y acudas a los recuerdos para alimentarlo.
Existen días en los que vivimos y otros en los que aprendemos a vivir y más allá de lo que apreciamos hallaremos aquello que alimenta el alma y da valor para vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario