lunes, 3 de mayo de 2010

UNA RESPONSABILIDAD COMPARTIDA

Todo padre siente emoción cuando sus hijos entran al preescolar, ese momento se ve marcado no solo por la necesidad de visitar diferentes instituciones y elegir aquella que a su modo de ver reuna las cualidades aptas para apoyar y complementar el proceso de enseñanza de sus hijos, sino por las tradiciones familiares, los medios económicos, la lista de textos, la accesibilidad del transporte, los horarios de trabajo y hasta el estatus que tenga el preescolar o institución a nivel social.
Emociones que se tornan muy diferentes para el nuevo estudiante quién cambia la comodidad de su cama y alcoba, por las madrugadas y la silla de una ruta o auto de sus padres, los consentimientos de la mamá, abuela o niñera, por los cuidados de una persona extraña llamada "maestra" a quien nunca antes había visto pero que desde ahora pasará con él la mayor parte del día y los teteros por los almuerzos del restaurante escolar donde la consigna es "está muy rico, pruébalo y te lo tienes que comer".
En fin, de esta manera se inicia una nueva etapa tanto para los padres como para los niños cuando algunos con pasos algo tímidos otros cargados de emoción entran a ese mundo mágico del preescolar donde se encuentra todo aquello que marca el inicio de un largo camino de aprendizaje.
Es en esta etapa donde se establece la plataforma para construir todo un cúmulo de conocimientos, se forjan las primeras amistades y se adquieren habilidades que serán básicas y esenciales el resto de la escolaridad como son las habilidades comunicativas, sociales, espirituales, coorporales, motoras finas y gruesas (escribir, colorear, recortar, correr, saltar, caminar).
Que esta experiencia sea la más enrriquecedora para ambas partes tanto padres como hijos depende en gran magnitud del acompañamiento que se realice a nivel institucional como a nivel familiar, ya que esta es una responsabilidad compartida donde padres y docentes tienen la sagrada misión de educar.












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