Al recorrer otros senderos me encontré con un paisaje nuevo, con la historia de un pueblo que rinde culto a su pasado y lo conjuga de manera maravillosa e impetuosa con el presente moderno.
Después de visitar tierras peruanas me es imposible enmarcar esta experiencia en palabras, capturar algunos momentos en letras y develar de manera escrita lo que pienso sobre una ciudad iluminada por los vestigios de sus raíces indígenas, los rasgos históricos de la época pre-colonial, las luces neón de la tecnología y el comercio de la actualidad. Así es Lima, la capital peruana. En ella, el paisaje desértico contrasta con hermosos parques donde se evidencia el cuidado por un verde que no encuentras al elevar tu mirada hacia sus cerros y que en nuestras tierras debido a que es cotidiano en ocasiones no valorarmos o ignoramos.
Deleité mi paladar con su exquisita gastronomía, percibí esa brisa deliciosa que marcaba el inicio de una nueva estación, observé amaneceres llenos de neblina y pude ver como el día se descubría mientras me trasmitía la sensación de una lluvia que nunca apareció. Observé las huellas que deja la educación al contrastar el nivel de vida de los limeños, algunos muy cultos y refinados en su expresión corporal y su hablar, otros procedentes de la sierra que aún visten con atuendos propios de su región y que al parecer sienten temor de caminar en esa ciudad adornada con monumentos propios de la fe cristiana, grandes catedrales, huacas, claustros religiosos y enormes vallas publicitarias que acompañaron mi andar.
Reí al abordar el trasporte público al escuchar las frases que hacen parte del lenguaje coloquial , senti las frías aguas del mar, la espesura de su arena desértica y el calor de personas que como buenos latinos dan lo mejor de sí y muestran con orgullo el amor que sienten hacia su hermoso país. Lima, una bella ciudad que cuenta la historia de un país sin palabras, que cuida y rinde tributo a la naturaleza, a la arquitectura y a su legado Inca.